viernes, 2 de abril de 2010

Sobre The Antlers






Los últimos años han sido prósperos y fructíferos para el rock. La vieja impresión que vinculaba esta tendencia musical a conmociones culturales, a momentos de crisis, al deterioro de la tradición, ha dado paso a una concepción si se quiere más abierta y por tanto diversa. Ahora el rock es una nueva casa que alberga y cuida géneros diversos; una concepción holista que da cabida a variedad de gustos y percepciones. Incluso, tratando de ser más radical con esta apreciación, habría que sospechar de la singularidad y “esencialidad” de aquello que denominamos rock en las sociedad actuales. Se trata, sin más, de la más extraña hibridación de sonidos. Antes sólo bastaba con una serie de instrumentos “clásicos”. Sin duda ello daba la “sensación” de una “impronta”, un “tipo”, una “forma”. Ahora, las “formas” o los “tipos” probablemente se han diversificado, lo que también muestra lo engañosos que pueden ser las “etiquetas” a la hora de determinar algún sonido en especial.
El 2009 ha sido un año especial en términos musicales para el rock. Si bien la intención de revivir sonidos no es una tendencia nueva, sorprende la calidad y el cuidado de nuevos grupos que sin duda han logrado construir inmensas canciones. Grupos como The Horrors, The Drums, The Pains Of Being Pure at Heart y The XX, por sólo mencionar algunos, traen a colación y de alguna manera rememoran sonidos que erizan la piel. La mayoría de estas alternativas apelan y beben de la fuente madre otorgada por el Shoegaze de My Bloody Valentine. Los ruidos sucios e igualmente oscuros, las puestas en escena, el performance y la actitud rebelde acompañada siempre de lo electrónico, ha encontrado un nuevo rincón en esa inmensa casa que hoy llamamos rock.
Sin embargo, el año que recién ha pasado, además de brindar y de alguna manera rescatar con una potencia inusitada al Shoegaze, ha ofrecido sorpresas realmente agradables. Sin duda, la irrupción del Hospice, primer LP de The Antlers, ha manifestado una real extrañeza. Fueron muchos los grupos que me vinieron a la mente al escucharlos por primera vez. Algunos pasajes de sus canciones recuerdan a Radiohead, otros, a la liviandad de Sigur Rós. En fin, se trata de diferentes puntos de referencia a los cuales podría apelarse para describir a qué suena The Antlers.
Pasan las horas y escucho con atención cada una de las melodías del Hospice. Después de saborear un corto prólogo, empieza una lenta y melodiosa canción que es guiada y llevada por una voz conmovedora y un piano puntilloso, cuando al instante, pasados unos tres minutos, se transforman por completo las sensaciones debido al cambio de ritmo alucinante y al pronto regreso hacia una lentitud mortífera de placer que está cerca de acabarse. Al igual que pocos grupos, The Antlers lo logra. Sonidos electrónicos extraños y una voz desgarradora, dulce y triste al mismo tiempo, sumando a ello historias apasionantes y afligidas, como las narradas en “Sylvia” (track número tres), conjuga una multiplicidad de emociones sanamente adictivas.
The Antlers es una de esas bandas que necesitan ser escuchadas lentamente. Requieren del arte de la paciencia. Sus canciones son un elogio a la lentitud en un mundo líquido y veloz; lentitud que sin duda puede, para quien tiene bien abierto los sentidos, ofrecer a su espíritu agradables momentos. Simplemente genial, estupenda combinación, melodiosa armonía que recuerda la psicodelia de Animal Collective, pero la suavidad mortífera de las ya mencionadas Radiohead y Sigur Rós. El track número siete, “Two”, es un auténtico hit, lenta canción que va mostrando el camino hacia una gloria casi orgásmica y tanática. Sónidos lentos, penetrantes, puntillosos, contundentes; aunados a cambios vertiginosos que de la nada simplemente construyen maravillosos sonidos limpios, libres de artilugios innecesarios y pirotecnias sin sentido.

Diego Estrada

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