jueves, 25 de febrero de 2010

Arcade Fire: un elogio a la profundidad



Conocí a Arcade Fire en el 2004, año glorioso para esta banda canadiense que impactó la escena musical con su contundente Funeral, trabajo elogiado por miles de voces tanto expertas como profanas. Ipso facto, se convirtió en una banda de culto para muchos. En los más importantes festivales musicales europeos y americanos, este numeroso y melodioso grupo, destacado por el virtuosismo musical de sus integrantes, pronto daba que hablar por sus impactantes y profundas canciones, por su multi-instrumentalismo, por la variedad de sonidos, por los cambios de ritmo; en suma, por la edificación sigilosa de sonidos hechos con paciencia.
En medio de la ignorancia propia de un neófito, di casi por accidente con “Neighborhood #3 (Power Out)”, quizás una de las canciones menos potentes del Funeral. Pronto advertí lo extraño que se hacía Arcade Fire para mis oídos. Se trataba de algo ajeno, foráneo. En principio, lo hallé demasiado excesivo, un bombardeo sonoro difícil de digerir. No obstante, a pesar de la incomodidad, del exceso, encontraba en aquella melodía tan rápida y lenta al mismo tiempo, tan propia de Arcade Fire, tan profunda, tan épica, una suerte de imán que progresivamente me fue anclando: sentía, sin más, una “tortura placentera”, sonidos punzantes, insondables, extremadamente adictivos.
Luego llegaron “Wake Up” y “Rebellion (Lies)”. De a poco, lo que en principio era tan ajeno, pronto empezó a hacerse familiar. Comencé a darme cuenta de que Arcade Fire debe escucharse con paciencia. Sus canciones son tan intensas y elaboradas que exigen tiempo, un consumo pausado, lento. Cuando escucho “Crown of Love”, luego de oírla seguidamente, una y otra vez, siempre tengo la sensación de estar aquí y en otra parte: mis sentidos se abren por completo y cada una de las frases (…If you still want me, please forgive me, the crown of love is not upon me…) de esta canción tan sublime me hacen pensar en una suerte de inmanencia, en el encuentro de sintonías, de múltiples emocionalidades.
Pero si se trata de enaltecer y destacar canciones del Funeral, tal vez “Neighborhood #1 (Tunnels)” acoge de una manera perfecta la propuesta musical de los liderados por Win Butler. En este primer track Arcade Fire nos muestra que es posible un mundo de paradojas, de contradicciones, permitiendo poner en comunión lo lento, lo minucioso, lo calculado, con la libertad sonora que se deriva del talento, de eso que los alemanes denominan como el geist (espíritu), una fuerza indómita, maldita, salvaje, en suma, romántica en el sentido del Sturm und Drag.
El Funeral sin duda dejo un listón my alto. Empero, el Neon Bible, álbum publicado en 2007, lo supera. Podría decirse que este segundo trabajo es una versión mejorada del primero. Ya no estamos hablando de una simple revelación, de una novedad, de algo exótico y extraño para estos oídos acostumbrados a sonidos sucios y desgastados de bandas como The Raveonnetes, The Rakes o Wolf Parade. Sin embargo, creo que una referencia a dicha obra maestra exige una reflexión mucho más amplia. Por lo pronto, finalmente diría que Arcade Fire está en las antípodas del facilismo propio de nuestras sociedades líquidas. El rock ha salido de un letargo, de la inercia y sin sentido propio del aburrido mainstream, del stablishment musical. En definitiva, Arcade Fire, al igual que bandas legendarias como Radiohead y Sonic Youth, ha hallado la llave para abrir la jaula y liberar, así, a un sonido constreñido por la futilidad y el sin sentido propio de una sociedad masificada.
Diego

lunes, 15 de febrero de 2010

Vampire Weekend: ¿un nuevo hito en la historia del rock?




Uno de los lugares comunes más persistentes que deambulan en buena parte de los círculos sociales alrededor del rock se conjuga bajo la premisa “todo tiempo pasado fue mejor”. En efecto, la ortodoxia y el purismo en diversas ocasiones asume posturas conservadoras ante los nuevos sonidos, antes las nuevas formas de sentir y “padecer” esa ráfaga de resonancias que suelen ser asumidas como confusas, diversas y faltas de sentido. De ninguna manera se pretende menospreciar aquí las viejas formas de hacer rock. Sería absurdo subvalorar a bandas que en su momento fundaron un sentido. Detrás de cada sonido, de la mano de guitarras agresivas y armonías poco prolijas, había una verdadera revolución. Las canciones hechas por Jimi Hendrix, los Beatles o los Rolling Stones (por sólo mencionar a algunos iconos del rock) eran espejos de una época en la que predominaba el agotamiento, el cansancio y el aburrimiento ante un exceso de orden casi disciplinario. Canciones como “you say you want a revolution” o “another brick in the wall” serían dos fieles ejemplos clásicos de cierto malestar ante la época, el deseo de un nuevo respiro que pronto está por llegar y que anuncia liberaciones importantes en el plano de la cultura.
Las expresiones artísticas conjugan el espíritu de una época, develan múltiples verdades. Es justamente eso lo que le da valor a la música; es por esa razón que artistas o bandas como los mencionados arriba logran trascender y permanecer en la inmortalidad. Quizás la gran hazaña realizada por estos personajes radicó en petrificar un momento de la historia y desafiar al Dios Kronos que todo lo consume, desafiar al tiempo y con ello también a la existencia misma.
Actualmente es muy complicado que el rock contemporáneo pueda equipararse a lo realizado por los padres fundadores. Asistimos a una atomización de tendencias y géneros que complejizan mucho más las cosas. Además, una de las consecuencias que ha dejado la globalización en el ámbito de las telecomunicaciones y la industria de la música como parte del entretenimiento global es el exceso -y con ello múltiples defectos- de sonidos que pueden decir muchas cosas y también no decir nada. La capacidad heroica de dejar una grieta en la historia de la cultura para el rock contemporáneo es realmente difícil, casi imposible. No obstante, hay una banda que si bien no generará un cisma como el que efectuaron las grandes bandas del rock, por lo menos si consiguen reunir grandes cualidades que marcarán a esta época veloz que todo lo olvida. Se trata de Vampire Weekend, la banda neoyorkina integrada por Ezra Koenig, Rostam Batmanglij, Chris Tomson y Chris Baio. Probablemente pronto serán olvidados, tal vez en veinte años nadie se acordará de ellos, pero si hay que reconocer que tiene un sello propio; sello que a su vez manifiesta una verdad que está ahí, a los ojos de todos, pero que es difícil de ver.
Vampire Weekend es el espejo de una sociedad multicultural y diversa. Su música condensa la liviandad y liquidez de esta caja de resonancia global. Como los líquidos, que fácilmente pueden mezclarse, Vampire Weekend hace dialogar músicas del mundo al poner en contacto sonidos africanos, bits electrónicos y guitarras melodiosas. No cabe duda de que se trata de una muy buena combinación. Canciones como A-Punk y Cousins invitan al movimiento, a esa sensación de estar aquí y en otra parte. La velocidad de los tempos, la fuerza de una voz potente y contagiosa, ese “capricho africano” propio de los de Ezra, y la multiplicidad de asonancias que se construyen, dan formas sutiles, livianas, fáciles de oír. Es cierto, quizás Vampire Weekend no logré romper la historia del rock, pero por lo menos debe reconocerse que sus sonidos logran reflejar cierta pluralidad y levedad propia de sociedades ambivalentes y complejas. ¿Todo tiempo pasado fue mejor? Es difícil saberlo. En realidad se trata de una expresión conservadora que le teme al cambio. Por lo pronto, si bien no hay certezas en el plano de la "estética musical", si es claro que Vampire Weekend lo consigue: construye un universo sonoro, hilando, como reyes tejedores, magnificas canciones.

Diego